martes, 11 de diciembre de 2007

Racismo y un disimulado separatismo

Los cívicos empresarios cruceños gritan que “2/3 es democracia” pero al mismo tiempo no dejan de recitar su odio hacia el estado burgués vigente, que “occidente y los collas odian a Santa Cruz”, “que los cruceños no les debemos nada”, “que no quieren los 2/3 porque lo plantea Santa Cruz y no otros”.

Algún izquierdoso, que tiene sus micrófonos en medios de las logias, dicen “si no escuchan a Santa Cruz qué sentido tiene que sigamos siendo bolivianos, no es que yo quiera decir que estoy de acuerdo con el separatismo, pero si no nos escuchan que sentido tiene”. Así, ellos mismos dilapidan sus esfuerzos por arrastrar a la bolivianidad detrás de ideales o propuestas democráticas, para “la construcción de una nueva Bolivia sin exclusiones y democrática”, detrás de ideales o metas que no pueden ser mezclados o convivir con agresiones de barbarie, fascistas o gritos racistas e independentistas como hacen los cívicos.

En realidad, sin ser concientes, reconocen que en esta Bolivia capitalista, tan atrasada, la democracia y su discurso no son viables y no prosperan tan rápido como el racismo. El atraso, la incultura, la pobreza y el hambre permite que los cívicos fomenten lo contrario, el fascismo y el separatismo sin mayor debate o análisis, el odio entre razas, entre pueblos y no la unidad nacional para mantener el orden vigente y su dominio sobre la sociedad.Por eso, aunque algunos ingenuos autonomistas y demócratas reclamen a los cívicos por su convivencia con extremistas díscolos o por su amenazas o chantajes de declaración de independencia para el cabildo del próximo 15 de diciembre, y aunque muchos empresarios se preocupen porque el cada vez más fuerte grito de “Independencia, Independencia” que lanzan las hordas de barras bravas y que contagia a la clase media urbana cruceña, puede significar la pérdida de mercados para sus productos y la destrucción de sus industrias, los cívicos no dan ninguna señal de un cambio de timón con tanta desesperación; y de ahora en adelante cada pose demócrata que adopten ya no va a convencer a la población de que buscan la unidad nacional. Ya nomás, al decir que el gobierno es el separatista y no ellos, queda como un ridículo que no les hace ruborizar para nada.

Peor si de pronto dicen que nunca gritaron independencia.Para comparar y ver la diferencia entre bellaquería y movimiento democrático podemos retratar la personalidad del señor Lopez Obrador, candidato perdidoso en México, que bien ilustra lo que sostenemos. Él y su partido, luego de denunciar y demostrar que hubo fraude en las pasadas elecciones presidenciales de parte de Calderón, actual presidente y seguidor de Vicente Fox, estructuraron un movimiento nacional de reivindicación del voto popular y la democracia que llevó incluso a congresistas ajenos a su partido, sin que medie ninguna orden, a forcejear con los partidarios de Calderón, en pleno Congreso, como repudio al fraude y a la inmoralidad del nuevo gobierno posesionado.Obrador no lanzó carajazos, mierdazos, cánticos como “Fox, Fox c…” o “el que no salte es chicano”, no necesitó de barras bravas del América o de Los Pumas para golpear a los que no votaron o no comulgan con él, no arremetió contra las instituciones públicas, fue coherentemente democrático.

Sus simpatizantes asumieron y entendieron su condición de débiles y victimas ante un poder derechista y antidemocrático, no se comportaron como bárbaros. No amenazó con independencia, no habló de mexicanos del occidente o del oriente, de norteños o sureños, ¡no! No necesito hablar de regiones autosuficientes que no le deben nada a México, o de regiones “colonialistas” que viven a costa de otras que son “modelos productivos”. No necesito del discurso racial o etnocéntrico que bien pudo haber prosperado tomando en cuenta que en México también hay cierto racismo que se mueve de manera subterránea esperando que alguien lo haga salir. Su discurso fue de respeto a la democracia, al voto, a las ansias de cambio, al Estado, con un liderazgo que arrancó el entusiasmo de la gente y la llevó a creer que es posible reformar en paz la democracia mexicana que tanto tiempo ha estado controlada por los deseos de sus vecinos del norte. Y en un acto de confianza en si mismo se hizo posesionar como presidente moral y simbólico de México de manera espontánea, como intentando estructurar una oposición poderosa moral e ideológicamente contra el sucesor fraudulento de Fox.Los cívicos no pueden hacer nada de esto. Aparecen soberbios y fascistas. Es la ausencia de la democracia en Bolivia y su síntoma consiste en que los supuestos demócratas de hoy son los fascistas de ayer y viceversa. Por eso están condenados al fracaso y su proyecto no puede significar otra cosa que la destrucción del país bajo el peso de la barbarie si es que los cruceños no se sacuden de ellos. A diferencia de López Obrador, los cívicos dejan su estiércol en la historia, negando cualquier admiración por este pueblo tan manipulado y engañado.
Marcelino Villareal

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